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Las novelas de Orhan Pamuk suelen comenzar o concluir con frases que no dejan lugar a duda sobre sus intenciones y creencias. Oraciones que suenan a plegarias y que rezan cosas como “Un día leí un libro y toda mi vida cambió” o “Después de todo, nada puede ser tan asombroso como la vida. Con la excepción de la escritura. Excepto la escritura. Sí, por supuesto, excepto la escritura, el único consuelo”.
Pamuk (Estambul, 1952, hijo de una acomodada familia de ingenieros, oveja negra que no demoró en convertirse en vellocino de oro) es uno de esos escritores cuyo verdadero Tema –más allá de las muy variadas historias que pueblan sus novelas– es el modo en que funcionan esas historias: el aliento que las mueve, los mecanismos que las impulsan, el modo en que sus siempre atribulados héroes son empujados por los pasillos y calles de tramas que siempre sorprenden y que, también, no demoran en arrastrar al lector. Ya sea la siempre tensa relación entre aprendiz y maestro (El castillo blanco, 1985), la persecución de una mujer desaparecida (El libro negro, 1990), el influjo de un libro mágico (La nueva vida, 1994), la construcción de una obra de arte como fuerza inspiradora para el crimen como bella arte (Mi nombre es Rojo, 1998) o la investigación de una epidemia de suicidios entre las mujeres de un pueblo en la frontera de Turquía (Nieve, 2002) son, en realidad, elaborados y elegantes y magistrales pretextos que apenas esconden el auténtico objetivo de Pamuk: escribir sobre la lectura para que nosotros leamos sobre la escritura.
Y está claro que Pamuk cumplió sus palabras.
Tengo problemas con las entrevistas. A veces me pongo nervioso. Otras, doy respuestas estúpidas a ciertas preguntas sin sentido. Y otras, como hablo mal el inglés y también hablo mal el turco, balbuceo frases que después, leídas, son tontas. Eso ha hecho que en Turquía haya sido más atacado por las entrevistas que por mis libros. Se ve que allí los columnistas y polemistas políticos no leen novelas.
A los 7 años le dije a mi familia que quería ser pintor, y ellos lo aceptaron. Pero algo me hizo click en la cabeza, y a los 22 años dejé de pintar para escribir mi primera novela. Mi madre se puso mal. Mi padre fue un poco más comprensivo, porque en su juventud había querido ser poeta y había traducido a Valéry al turco, pero abandonó la literatura debido a las burlas de sus amigos de la clase alta a la que pertenecía. Pero, en general, no les gustaba que abandonara la pintura por la literatura: suponían que sería un pintor part-time. La tradición familiar es la ingeniería civil. Mi abuelo lo fue, e hizo una fortuna construyendo el sistema ferroviario. Mis tíos y mi padre también fueron ingenieros, aunque perdieron la fortuna. Se esperaba que yo también lo fuera. Pero una vez anotado en la Universidad Técnica de Estambul, como yo era el artista de la familia, aceptaron que hiciera Arquitectura. Parecía la mejor solución para todos. Pero en la mitad de la carrera abandoné todo y me puse a escribir.
La escribí cuando tenía 18 años y publiqué algunos poemas en Turquía, pero después abandoné. Me di cuenta de que un poeta es alguien a través de quien Dios habla. Hay que estar poseído por la poesía para escribirla, y Dios no estaba hablando a través de mí. Me lamenté y traté de imaginar: si Dios hablase a través de mí, ¿qué diría? Entonces comencé a escribir muy lenta y meticulosamente, tratando de averiguarlo. Eso es escribir en prosa, escribir ficción. Trabajé como un oficinista. Algunos escritores consideran esta expresión un insulto. Yo la acepto: realmente trabajo como un oficinista.
Una noche de 1980 hubo un golpe de Estado en Turquía. Al día siguiente, el que iba a ser editor de mi primera novela me avisó que, a pesar del contrato, no la publicaría. Me di cuenta entonces de que aunque terminara mi segundo libro, que ya estaba escribiendo, no iba a poder publicarlo por los siguientes cinco o seis años. Así que pensé: “A los 22 años me dije que iba a ser novelista, y escribí durante 7 con la esperanza de publicar en Turquía… Ahora tengo casi 30 años, una novela terminada (Cevdet y sus hijos), 250 páginas de la siguiente, que además es una novela política y no tengo la menor posibilidad de publicar”. Entonces, para no deprimirme, empecé mi tercer libro. Cevdet fue publicado en 1982. Después se publicó el tercero. Y el segundo —mi novela política— quedó sin terminar: uno cambia a medida que escribe libros; no se puede ser el que se fue. Cada libro representa un período en la vida del escritor, un mojón en el desarrollo del espíritu de su autor. Por eso, una vez que la elasticidad de la ficción ha muerto, no se la puede mover de nuevo.
Es algo que nunca se volvió fácil. A veces un personaje debe entrar en una habitación y yo todavía no sé cómo hacerlo entrar. Puede que a esta altura tenga más confianza en mí, cosa que a veces puede ser nociva porque uno deja de experimentar y escribe lo primero que le sale por la punta de la pluma. Escribo ficción desde hace treinta años, por lo que debería suponer que mejoré un poco. Y sin embargo, a veces me encuentro en un callejón sin salida donde ni siquiera creí que pudiera haber uno. ¡El personaje no puede entrar a la habitación! ¡Todavía! ¡Después de treinta años!
Cuando la vida se acorta, uno se hace cada vez más la pregunta: “¿Para quién escribo?”. Me encantaría escribir otras siete novelas antes de morir. Pero, al mismo tiempo, la vida es corta. ¿Por qué no disfrutarla más? A veces tengo que forzarme. ¿Por qué lo estoy haciendo? ¿Qué significa todo esto? Primero, responde a un instinto de estar solo en una habitación. Segundo, tengo un lado competitivo juvenil que quiere escribir otro buen libro. Cada vez creo menos en la eternidad para los autores. Estamos leyendo pocos de los libros que se escribieron hace doscientos años. Las cosas cambian tan rápido que probablemente los libros de hoy serán olvidados en cien años. Muy pocos serán leídos. En doscientos años, quizás apenas cinco libros escritos hoy sobrevivan. ¿Estoy seguro de estar escribiendo uno de esos cinco? Pero, ¿es ése el significado de la escritura? ¿Por qué debería preocuparme por ser leído doscientos años más tarde? ¿No debería estar preocupado por vivir más? ¿Necesito el consuelo de saber que seré leído en el futuro? Pienso todas estas cosas y sigo escribiendo. No sé por qué. Pero nunca abandono. La creencia en que tus libros van a tener algún tipo de efecto en el futuro es el único consuelo que hay para obtener placer en esta vida.
Me gusta la idea de Said de orientalismo pero, dado que Turquía jamás fue una colonia, la romantización del país nunca fue un problema para los turcos. Los occidentales no humillaron a los turcos del modo en que lo hicieron con los indios o con los árabes. Estambul fue invadida sólo durante 200 años; los barcos enemigos zarparon enseguida, y lo hicieron sin dejar una cicatriz profunda en el espíritu nacional. Así que no tengo la sensación de que los occidentales me miren con condescendencia. La herida profunda es la pérdida del Imperio Otomano. Y por eso la herida turca es autoinfligida: suprimimos nuestra propia historia porque nos convenía, y eso demuestra fragilidad. Además, la occidentalización autoimpuesta produjo un fuerte aislamiento de ese mismo mundo occidental que emulaba. En los años ’50 y ’60, la estadía de un extranjero en el Hilton Estambul aparecía en los diarios. ¡Y era un Hilton!
Soy un optimista. No sigo lamentándome por el Imperio Otomano. Estoy occidentalizado. Y estoy satisfecho de que esa occidentalización haya tenido lugar. Pero soy crítico del modo en que la elite gobernante la ha concebido. Carecen de la confianza necesaria para crear una cultura nacional rica en sus propios símbolos y rituales. No trabajaron para crear una cultura que combine orgánicamente el Este y el Oeste sino que se limitaron a juntarlos. Pero Turquía no debería preocuparse por tener dos espíritus, dos almas, por pertenecer a dos culturas. No debe tratar de ser del Este, del Oeste, o nacionalista; y cuanto más democrática y liberal sea, mejor se aceptará esta idea. Sólo así podrá unirse a la Unión Europea y derrotar a la retórica del Nosotros contra Ellos.
Hay otro canon, y debería ser explorado, desarrollado, compartido, criticado y después aceptado. Pero en este momento, el llamado canon oriental está en ruinas. Desde los clásicos persas, pasando por los textos indios, chinos y japoneses, todos esos textos gloriosos que lo conforman, están por todas partes, pero no hay voluntad de reunirlos.
La novela moderna, disociada de la forma épica, es esencialmente algo no oriental. Porque el novelista es una persona que no pertenece a una comunidad, que no comparte los instintos básicos de comunidad, y que piensa y juzga con una cultura diferente de la que está experimentando. Una vez que su conciencia es diferente de la de la comunidad a la que pertenece, es un marginal, un solitario. Y la riqueza de su obra proviene de esa visión marginal y voyeurista.
En Turquía, tanto los conservadores –o islamitas políticos– como los seculares se molestaron por Mi nombre es Rojo (1998). Los seculares, porque escribí que el costo de ser un secular radical en Turquía es olvidar que también se debe ser un demócrata. El poder de los seculares en Turquía viene del ejército. Esto destruye la democracia turca y su cultura de la tolerancia. Una vez que hay tanta presencia militar en la cultura política, la gente pierde la confianza en sí misma, y se apoya en el ejército para que le resuelva sus problemas. La gente suele decir: El país y la economía son un desastre, llamemos al ejército para que limpien todo. Pero así como limpiaron, destrozaron la cultura de la tolerancia. Muchos sospechosos fueron torturados; cien mil personas fueron encarceladas. Esto abre el camino para nuevos golpes miltares. Había uno nuevo cada diez años. Por esto yo criticaba a los seculares. Tampoco les gustó que retratara a los islamitas como seres humanos.
Los islamitas políticos, por su parte, se molestaron porque escribí sobre un islamita que disfrutaba del sexo premarital. Pero los islamitas siempre sospechan de mí porque no vengo de su cultura, y porque tengo el lenguaje, la actitud y hasta los gestos de una persona occidentalizada y privilegiada. Tienen sus propios problemas de representación y preguntan: “¿Cómo puede escribir sobre nosotros? No nos entiende”. Esto también lo incluí en partes de la novela.
Pero no quiero exagerar: se molestaron y escribieron acerca de su molestia en los diarios nacionales. Sobreviví. Leyeron el libro. Pueden haberse enojado, pero es un signo de liberalismo creciente que lo hayan aceptado.
Tengo un lado destructivo y, en momentos de furia o enojo, hago cosas que me separan de la placentera compañía de la comunidad. Muy temprano en la vida me di cuenta de que la comunidad mata mi imaginación. Necesito el dolor de la soledad para que mi imaginación funcione. Y después estoy contento. Pero siempre vuelvo a necesitar la consoladora ternura de la comunidad, que pude haber destruido. Mi relación con el público turco es difícil debido a mis comentarios recientes (referidos a la masacre de armenios a comienzos de siglo XX). Estambul destruyó mi relación con mi madre; ya no la veo, no tengo contacto con ella. Y apenas veo a mi hermano.
Nací turco y estoy contento con eso. Internacionalmente, se me percibe más turco de lo que me siento. Soy conocido como un autor turco. Cuando Proust habla de amor, es visto como alguien que habla sobre el amor universal. Especialmente al principio, cuando yo escribía sobre amor, la gente decía que estaba escribiendo sobre amor turco. Cuando mi trabajo se empezó a traducir, los turcos estaban orgullosos. Me reclamaban como propio. Para ellos era más turco que antes. Una vez que se consigue el reconocimiento internacional, tu sentido de la identidad nacional se vuelve algo que los demás manipulan. Ahora están más preocupados por la representación internacional de Turquía que por mi trabajo. Esto me causa aún más problemas en mi país. A través de lo que leen en la prensa popular, muchos que no conocen mis libros están preocupados por lo que digo en el mundo acerca de Turquía. La literatura está hecha de bien y mal, de demonios y ángeles, pero se preocupan cada vez más por mis demonios.
Borges y Calvino me liberaron. Las connotaciones de una literatura tradicional islámica eran tan reaccionarias, tan políticas, y tan utilizadas por los conservadores de un modo tan antiguo y tonto, que no creía poder utilizar ese material. Pero en Estados Unidos descubrí que podía volver a ese material con una mentalidad borgeana o calvinesca. Empecé distinguiendo entre las connotaciones religiosas y las literarias de la literatura islámica, y así pude apropiarme de sus juegos, sus trucos y sus parábolas. Turquía había tenido una tradición literaria sofisticada, y ornamentada con un refinamiento asombroso. Pero los escritores comprometidos la habían vaciado de su contenido innovador.
Las declaraciones de Pamuk están tomadas de la extensa y excelente entrevista que le hizo The Paris Review en su número 175 de fines del año pasado. Fue realizada por Angel Gurría y registrada en dos sesiones (mayo del 2004 y abril del 2005) en Londres.
El término novela procede del italiano novella (del latín nova: noticia). Es el más tardío de todos los géneros literarios y aunque surgió en la Edad Antigua no logró implantarse hasta la Edad Media. El término novella comenzó a utilizarse para nombrar los relatos de ficción con una extensión entre el cuento y el romanzo. En español, primero se utilizó con la acepción italiana pasando luego a designar las narraciones extensas (romanzo en italiano y roman en francés). El relato breve será denominado a partir de entonces novela corta.
Las primeras novelas se producen entre los siglo II adC y siglo III en Grecia y Roma, y se han clasificado en cuatro tipos básicos: novelas de viaje, novelas románticas, novelas satíricas y novela bizantina. En la Edad Media surge la novela sentimental y la caballeresca. En el siglo XVI surge la novela pastoril, la novela picaresca y la morisca.
Su origen como técnica y género literario está en el siglo XVII en la lengua española, siendo su mejor ejemplo Don Quijote de la Mancha (1605) de Miguel de Cervantes. Se considera como una de las primeras novelas modernas del mundo, innovaba respecto a los modelos clásicos de la literatura greco-romana como lo eran la epopeya o la crónica. Esta novela ya incorpora una estructura episódica según un propósito fijo premeditadamente unitario.
En el siglo XVIII nace en Francia la novela de análisis psicológico y de crítica. A finales de siglo aparecen unas novelas cargadas de un sentimentalismo melancólico que abren el período romántico que se desarrolla plenamente en el siglo XIX con la aparición de la novela histórica, psicológica, poética y social. El género alcanza su perfección técnica con el realismo y el naturalismo.
En el siglo IX la novela latinoamericana pudo comenzar a desarrollar, después de la expulsión de los españoles que prohibían este género en las Américas. Después de unos tentados en la primara mitad del siglo, hay un verdadero florecimiento en la mayoría de los países que coincide con el romanticismo. Se destacan Cecilia Valdez (versión definitiva 1882)del cubano Cirilo Villaverde (Cuba 1812-???), Sab (1841) de la cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda (Cuba: 1814-1873), Amalia (1851) del argentino José Mármol (1817-1871), Enriquillo del dominicano Manuel Jesús Galván (1834-1911), María (1867) del colombiano Jorge Isaacs (1837-1896), y Clemencia (1869-1888) del mexicano Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893). Al finalizar el siglo el realismo y el naturalismo se hacían más importantes. Tal vez el ejemplo más conocido es "Aves Sin Nido" (1889) de la peruana Clorinda Matto de Turner (1852-1909), pero también digno de comentar es "Música Sentimental" (1884) de Eugenio Cambaceres
En el siglo XX se desarrolla una profunda transformación en las técnicas narrativas relacionadas con el tratamiento de la secuencia temporal, la ruptura del orden interno de la fábula, los análisis de los distintos estados y estratos de la conciencia y del inconsciente, el entrecruzamiento de diversos niveles de lenguaje, el uso de técnicas procedentes del cine (yuxtaposiciones, acumulación, narración en paralelo, flash-back, etc.), de la estructura musical, etc. También se consolida la novela de ciencia ficción como muestra del progresivo impacto tecnológico en la nueva y moderna sociedad humana.